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Capítulo 8
Señales y prodigios
Christopher
no cesaba de recordar las palabras del pastor Esteban. Pero ¿a dónde se fueron
los cristianos? Extrañaba mucho a Heda y a aquellos que siempre le invitaban a
aceptar a Jesucristo como salvador. Cesaron las alabanzas y las prédicas en las
casas y en las calles. Para algunos, esto era un triunfo social y para otros
era la pesadilla más terrible que jamás les pudo ocurrir. Todas estas palabras
que nunca quiso escuchar de pronto revoloteaban sin descanso en su cabeza.
Irónicamente solo permanecía el sonido de la voz del pastor y ya se estaba
deshaciendo en su mente.
Christopher
había escogido estar en su casa ya que en la universidad estaban pidiendo como
requisito que todos los profesores y estudiantes obedecieran al igual que todos
los trabajadores y ciudadanos a permitir que el gobierno les implantara de
forma compulsoria el sistema del microchip para así monitorear a todos los
ciudadanos por medio de la teledetección global. Christopher aseguraba que esto era una violación
al derecho constitucional de la privacidad
Mangual
se encontraba jugando con una pelota cerca de la puerta cuando fue arrebatado
por las manos de su dueño que lo tomó por sorpresa.
–Oye,
no quiero que te acerques mucho a la puerta, está prohibido. –dijo Christopher
a su gato que le parecía estar atento–. No quiero que vayas a desaparecer como
la gente de la ciudad, ¿sabes? Algo muy raro está sucediendo allá afuera. No
saldremos de esta casa a menos que vea algún tipo de seguridad nacional que nos
proteja, a ti y a mí.
Borrazo
no cesaba de presionar el “botton” de
su control remoto observando el mismo tema en todos los canales. Todos estaban
fascinados con el tema de los ovnis o extraterrestres. Pareciera que no había
nada más que hablar. Ya no eran casos esporádicos como los que el mundo
presenció en el 1938, o menciones de los sucesos de la Segunda Guerra Mundial.
Esto iba mucho más allá de la búsqueda amistosa que proponían los filmes de
ficción de Steven Spielberg en su famosa película E.T., sino que parecía que todos estaban como zombis en búsqueda de
algún contacto del tercer tipo. El tema se había convertido en una clase de
religión universal y muchos esperando que estos denominados seres condujeran a
la humanidad a la evolución o algún estado de conciencia superior, la cual
muchos aseguraban ya estaba en la tierra.
Los
noticieros comenzaron a enlazar las supuestas revelaciones y manifestaciones
sobrenaturales con la llegada del anunciado líder mundial. Todos exhibiendo el
logo: “el amanecer de una nueva era”. Por
un lado, permanecía el recuerdo de los cristianos dejados atrás que aseguraban
que Jesús de Nazaret había llamado a su pueblo a reunirse en las nubes por
medio del rapto o arrebatamiento, conduciéndolos a la morada de Dios. Por otro
lado, estaban los que daban otra explicación afirmando que el planeta limpió
los aires de las fuerzas negativas que estorbaban el desarrollo. Otros más
extremos comenzaron a correr la idea de que grupos políticos terroristas
raptaron a toda esa gente para fusilarlos en campos de concentración. Reinaba
la confusión e ideas diversas en torno a los desaparecidos y comenzaron a
proponer rápidamente el control mundial por medio del microchip. Los noticieros
comenzaron a darle publicidad al artefacto para monitorear y controlar a cada
ser humano. Comenzaron a hablar maravillas de esta tecnología para poder
imponerla a todos los pueblos que habían sido testigos del desaparecer de
millares de gente.
–¡Ding-dong!
–sonó el timbre de la vieja puerta.
–¡Ding-dong-ding-dong! –sonaba insistentemente aquel timbre.
–¡Ya voy! ¿qué, no leyó el letrero? –dijo Christopher con tono
molesto y soltando el control remoto y dirigiéndose a la puerta.
–¿Sr. Borazzo? –preguntó una anciana sin poder ver claramente a Christopher
quien mantenía la puerta semi cerrada con actitud de temor.
–Sí,
dígame, ¿qué necesita? –contestó Borazzo.
–Le
comunico que le vinieron a visitar, pero usted no se encontraba. –dijo la vieja
anciana que era vecina de aquel lugar.
–¿Visita?
¿a mí? Probablemente estaba, pero estaba muy dormido. –dijo el solitario
profesor.
–¿Acaso
no sabe que están visitando todas las casas? –dijo la anciana con tono de chisme.
–¿Para
qué? –preguntó Christopher.
–Sí,
son gente de parte del gobierno que están anunciando las nuevas medidas de
seguridad nacional. Dijeron que hay que inscribirse para recibir el sistema de
monitoreo. Ellos están marcando la gente. –dijo la anciana con tono de preocupación.
–¿Qué?
Eso no es posible –dijo Christopher pensando en voz alta.
–Mire,
solo le comunico que ellos dijeron que pasarían otra vez o usted debe pasar en
menos de una semana por los centros donde están colocando las marcas en la piel
como medida preventiva y de seguridad debido al desaparecer de millares de
gente. –dijo la anciana.
–Señora,
le agradezco la información. Pero no me interesa. –contestó Borazzo.
–Vecino,
le comento que es una medida compulsoria y el gobierno está arrestando a
quienes no se someten al sistema. Eso le hicieron a los del apartamento del
frente. –aseguró la anciana.
¡Ring!¡ring!
- ¡Ring!¡ring! –sonó el teléfono de Christopher
sin aún haberse despedido de la anciana.
–Disculpe
señora, tengo llamada. –dijo Christopher cerrando la puerta y dejando ir a la
vieja para ir rápidamente a atender el teléfono.
–Sí,
dígame. –contestó Christopher.
–¿Sr.
Borazzo? –preguntó un agente del gobierno.
–Sí
señor, servidor. –contestó Christopher.
–Sr.
Borazzo, le estamos llamando para notificarle que todos los estados dentro de
Estados Unidos, así como en otras partes del mundo hemos adoptados un sistema
preventivo de seguridad nacional para evitar el descontrol global. Como sabe,
han estado ocurriendo eventos extraños en la sociedad, por ejemplo, el
desaparecer de millares de gente y creemos que adoptando estas medidas de seguridad
resolveremos gran parte del problema. Esto sin contar decenas de beneficios
adicionales que conlleva ser parte de este sistema de seguridad. –le dijo el
informante.
–Mire,
caballero. No me interesa para nada ser parte de este sistema de seguridad.
–dijo Christopher levantando la voz y poniendo aspereza.
–Señor,
le comento que no es una medida voluntaria sino compulsiva. No existe
alternativa de elección. Simplemente la toma o la toma. –dijo el agente con voz
firme.
–Ya
le dije que no me interesan esos inventos. –contestó Christopher.
–Amigo,
esto no se trata de interés. Ya los comercios están por entrar a plenitud en
esta misma semana bajo el control de este sistema. El no ser parte de el
significa no poder comprar ni vender. De la misma manera, rechazarlo significa
estar en contra de la seguridad nacional. ¿Qué hará? ¿Se buscará problemas
innecesarios? –preguntó el agente.
–Ya
veré que haré. –dijo Christopher colgando el teléfono encolerizado.
Christopher
retornó a su asiento y poniendo sus manos sobre su cien mostraba gran
frustración y confusión. Cada suceso nuevo parecía ser parte de una terrible
pesadilla que apenas estaba comenzando. Allí sentado no podía evitar las
ráfagas de consejos que le había legado el pastor. Ráfagas que ahora se convertían
en su tormento interno. Tormento por no haber reaccionado a tiempo sino haberse
quedado para ver cara a cara aquel inicuo del que tanto se hablaba. Recuerdos
que eran como aguijones frente a su realidad.
Christopher tomó una vieja Biblia y la abrió en el libro de Revelación. Sus
ojos se detuvieron en el verso dos del capítulo dieciséis: «...y derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y
pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban
su imagen». El leer esto, todavía la incredulidad merodeaba sobre su
cabeza. ¿Tendría razón el pastor Esteban? ¿Se convertiría aquella realidad
social en toda una peste mundial? ¿Cuál
era la relación entre aquel diminuto artefacto tecnológico y los planes
maquiavélicos del gobierno mundial?
Pasadas
unas horas, Christopher andaba por la ciudad y veía en cada esquina a extraños
guardias como verdugos inquisidores interrogando a la gente sobre quien poseía
el sello y quien no.
Capítulo 4 Advertencia de una catástrofe
Capítulo 5 La autoridad del dragón
Capítulo 8 Señales y prodigios
Capítulo 10 Monstruos de aluminio
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