Friday, October 9, 2020

El resurgir de la esvástica (Autor: Dino Alreich) Capítulo 8

 

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Capítulo 8


Señales y prodigios



Christopher no cesaba de recordar las palabras del pastor Esteban. Pero ¿a dónde se fueron los cristianos? Extrañaba mucho a Heda y a aquellos que siempre le invitaban a aceptar a Jesucristo como salvador. Cesaron las alabanzas y las prédicas en las casas y en las calles. Para algunos, esto era un triunfo social y para otros era la pesadilla más terrible que jamás les pudo ocurrir. Todas estas palabras que nunca quiso escuchar de pronto revoloteaban sin descanso en su cabeza. Irónicamente solo permanecía el sonido de la voz del pastor y ya se estaba deshaciendo en su mente.

Christopher había escogido estar en su casa ya que en la universidad estaban pidiendo como requisito que todos los profesores y estudiantes obedecieran al igual que todos los trabajadores y ciudadanos a permitir que el gobierno les implantara de forma compulsoria el sistema del microchip para así monitorear a todos los ciudadanos por medio de la teledetección global.  Christopher aseguraba que esto era una violación al derecho constitucional de la privacidad

Mangual se encontraba jugando con una pelota cerca de la puerta cuando fue arrebatado por las manos de su dueño que lo tomó por sorpresa.

–Oye, no quiero que te acerques mucho a la puerta, está prohibido. –dijo Christopher a su gato que le parecía estar atento–. No quiero que vayas a desaparecer como la gente de la ciudad, ¿sabes? Algo muy raro está sucediendo allá afuera. No saldremos de esta casa a menos que vea algún tipo de seguridad nacional que nos proteja, a ti y a mí.

Borrazo no cesaba de presionar el “botton” de su control remoto observando el mismo tema en todos los canales. Todos estaban fascinados con el tema de los ovnis o extraterrestres. Pareciera que no había nada más que hablar. Ya no eran casos esporádicos como los que el mundo presenció en el 1938, o menciones de los sucesos de la Segunda Guerra Mundial. Esto iba mucho más allá de la búsqueda amistosa que proponían los filmes de ficción de Steven Spielberg en su famosa película E.T., sino que parecía que todos estaban como zombis en búsqueda de algún contacto del tercer tipo. El tema se había convertido en una clase de religión universal y muchos esperando que estos denominados seres condujeran a la humanidad a la evolución o algún estado de conciencia superior, la cual muchos aseguraban ya estaba en la tierra.

Los noticieros comenzaron a enlazar las supuestas revelaciones y manifestaciones sobrenaturales con la llegada del anunciado líder mundial. Todos exhibiendo el logo: “el amanecer de una nueva era”. Por un lado, permanecía el recuerdo de los cristianos dejados atrás que aseguraban que Jesús de Nazaret había llamado a su pueblo a reunirse en las nubes por medio del rapto o arrebatamiento, conduciéndolos a la morada de Dios. Por otro lado, estaban los que daban otra explicación afirmando que el planeta limpió los aires de las fuerzas negativas que estorbaban el desarrollo. Otros más extremos comenzaron a correr la idea de que grupos políticos terroristas raptaron a toda esa gente para fusilarlos en campos de concentración. Reinaba la confusión e ideas diversas en torno a los desaparecidos y comenzaron a proponer rápidamente el control mundial por medio del microchip. Los noticieros comenzaron a darle publicidad al artefacto para monitorear y controlar a cada ser humano. Comenzaron a hablar maravillas de esta tecnología para poder imponerla a todos los pueblos que habían sido testigos del desaparecer de millares de gente.

–¡Ding-dong! –sonó el timbre de la vieja puerta.

–¡Ding-dong-ding-dong! –sonaba insistentemente aquel timbre.

¡Ya voy! ¿qué, no leyó el letrero? –dijo Christopher con tono molesto y soltando el control remoto y dirigiéndose a la puerta.

¿Sr. Borazzo? –preguntó una anciana sin poder ver claramente a Christopher quien mantenía la puerta semi cerrada con actitud de temor.

–Sí, dígame, ¿qué necesita? –contestó Borazzo.

–Le comunico que le vinieron a visitar, pero usted no se encontraba. –dijo la vieja anciana que era vecina de aquel lugar.

–¿Visita? ¿a mí? Probablemente estaba, pero estaba muy dormido. –dijo el solitario profesor.

–¿Acaso no sabe que están visitando todas las casas? –dijo la anciana con tono de chisme.

–¿Para qué? –preguntó Christopher.

–Sí, son gente de parte del gobierno que están anunciando las nuevas medidas de seguridad nacional. Dijeron que hay que inscribirse para recibir el sistema de monitoreo. Ellos están marcando la gente. –dijo la anciana con tono de preocupación.

–¿Qué? Eso no es posible –dijo Christopher pensando en voz alta.

–Mire, solo le comunico que ellos dijeron que pasarían otra vez o usted debe pasar en menos de una semana por los centros donde están colocando las marcas en la piel como medida preventiva y de seguridad debido al desaparecer de millares de gente. –dijo la anciana.

–Señora, le agradezco la información. Pero no me interesa. –contestó Borazzo.

–Vecino, le comento que es una medida compulsoria y el gobierno está arrestando a quienes no se someten al sistema. Eso le hicieron a los del apartamento del frente. –aseguró la anciana.

¡Ring!¡ring! - ¡Ring!¡ring!  –sonó el teléfono de Christopher sin aún haberse despedido de la anciana.

–Disculpe señora, tengo llamada. –dijo Christopher cerrando la puerta y dejando ir a la vieja para ir rápidamente a atender el teléfono.

          –Sí, dígame. –contestó Christopher.

–¿Sr. Borazzo? –preguntó un agente del gobierno.

–Sí señor, servidor. –contestó Christopher.

–Sr. Borazzo, le estamos llamando para notificarle que todos los estados dentro de Estados Unidos, así como en otras partes del mundo hemos adoptados un sistema preventivo de seguridad nacional para evitar el descontrol global. Como sabe, han estado ocurriendo eventos extraños en la sociedad, por ejemplo, el desaparecer de millares de gente y creemos que adoptando estas medidas de seguridad resolveremos gran parte del problema. Esto sin contar decenas de beneficios adicionales que conlleva ser parte de este sistema de seguridad. –le dijo el informante.

–Mire, caballero. No me interesa para nada ser parte de este sistema de seguridad. –dijo Christopher levantando la voz y poniendo aspereza.

–Señor, le comento que no es una medida voluntaria sino compulsiva. No existe alternativa de elección. Simplemente la toma o la toma. –dijo el agente con voz firme.

–Ya le dije que no me interesan esos inventos. –contestó Christopher.

–Amigo, esto no se trata de interés. Ya los comercios están por entrar a plenitud en esta misma semana bajo el control de este sistema. El no ser parte de el significa no poder comprar ni vender. De la misma manera, rechazarlo significa estar en contra de la seguridad nacional. ¿Qué hará? ¿Se buscará problemas innecesarios? –preguntó el agente.

–Ya veré que haré. –dijo Christopher colgando el teléfono encolerizado.

Christopher retornó a su asiento y poniendo sus manos sobre su cien mostraba gran frustración y confusión. Cada suceso nuevo parecía ser parte de una terrible pesadilla que apenas estaba comenzando. Allí sentado no podía evitar las ráfagas de consejos que le había legado el pastor. Ráfagas que ahora se convertían en su tormento interno. Tormento por no haber reaccionado a tiempo sino haberse quedado para ver cara a cara aquel inicuo del que tanto se hablaba. Recuerdos que eran como aguijones frente a su realidad. Christopher tomó una vieja Biblia y la abrió en el libro de Revelación. Sus ojos se detuvieron en el verso dos del capítulo dieciséis: «...y derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen». El leer esto, todavía la incredulidad merodeaba sobre su cabeza. ¿Tendría razón el pastor Esteban? ¿Se convertiría aquella realidad social en toda una peste mundial?  ¿Cuál era la relación entre aquel diminuto artefacto tecnológico y los planes maquiavélicos del gobierno mundial? 

Pasadas unas horas, Christopher andaba por la ciudad y veía en cada esquina a extraños guardias como verdugos inquisidores interrogando a la gente sobre quien poseía el sello y quien no.

 

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