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Capítulo 2
Misteriosa huida
Christopher,
demostrando gran calidad humana y hospitalidad rescató a un viejo amigo de las
garras de la calle. Pero en la vida de Mathew había algo más terrible que la
tragedia de la calle y todos los riesgos que en ella se encontraba. Christopher
estaba desesperado por indagar en la vida de su viejo amigo y conocer las
razones que lo llevaron a perderlo todo.
–Tenga,
póngase esta camisa que de seguro te ajusta bien, creo que eres de mi misma
medida. –dijo Christopher brindándole una de sus mejores camisas que tenía en
su viejo clóset.
–No sabes
cuánto agradezco que Dios te haya puesto en mi camino en medio de mi huída.
–comentó Mathew.
–¿Huida? ¿A
quién le huyes? –preguntó Christopher extrañado y llenando la expresión de sus
ojos de incredulidad.
–Son muchos
los que me persiguen. –respondió Mathew.
–Te persiguen.
Ah, ya sé, te refieres al hambre, la pobreza, el miedo, la falta de hogar y todas
esas cosas que a veces le llegan al hombre sin tener que buscarlas. ¿Verdad?
–asumía Christopher.
–Me refiero a
otra clase de perseguidores. –dijo Mathew con tono muy serio.
–¡Ay, por
favor! –exclamó Christopher lleno de incredulidad−. Mira, si te reconocí luego
de largos años y detrás de aquella abundante barba, es porque no me había
olvidado de tu mirada que expresa solemnidad y amor por la religión. Estoy
seguro de que no eres ningún criminal. Cuando estábamos en Puerto Rico y dabas
conferencias de religión hace mucho tiempo, bien recuerdo tu amor y devoción
por la fe romana. Esa vida sacerdotal de la que pensaba que tenías ahora me
confunde al encontrarte en el parque vestido de aquella manera deplorable.
Mira, yo no soy muy religioso que digamos, pero sé que eso no es lo que deja la
religión. Nunca pensé que tu entrega al Vaticano te convirtiera en un mendigo.
Contéstame, ¿qué fue lo que sucedió? ¿Hiciste voto de pobreza? –indagaba
Borrazo en su mar de interrogantes.
–Sobre el
monasterio... –contestó Mathew cuando Christopher le interrumpió.
–¿Te
excomulgaron? –indagó Christofer denotando desesperación en sus ojos.
–Sí.
–contestó Mathew.
–Entonces, eso
significa que no pudiste con la presión del voto de celibato y decidiste salirte,
¿verdad? –suponía Christopher.
–No
precisamente. –contestó Mathew.
–Entonces, ¿Qué
error o falta puede ser tan terrible en un monasterio que excomulguen a una
persona como tú? Mira, yo sé que tú eres la clase de persona que toma sus cosas
en serio. Dime, ¿qué devoción te llevó a jurar los hábitos y qué impidió que
continuaras en eso? ¿Cómo es que llegaste a Nueva York? ¿Cómo pasaste de la
prosperidad a estar mendigando en la calle? –indagaba Christopher demandando
respuestas algo desesperado.
–Mira, mi historia
es una muy larga. –dijo Mathew.
–Pues tengo
todo el día para escucharla. –dijo Christopher.
–Christopher,
yo sé que tu nunca fuiste amante de la religión. Las cosas que tengo para
contar son alarmantes y dignas de investigar si es que deseas descubrir todos
los detalles de toda la verdad. –dijo Mathew.
–Precisamente,
por eso quiero escucharte, porque quiero saber los motivos que te llevaron a
ser religioso. Sabes que estudio todas estas cosas. ¿Cómo es posible que un
religioso como tú ande como si estuviera huyendo de la vida? –dijo Christopher
con expresión de incomprensión.
–Entonces, te
contaré mi historia. Te diré la manera cómo choqué con la religión tradicional
y como es que ahora solo huyo para salvar mi vida. –dijo Mathew.
Borrazo se
puso cómodo en su viejo sofá mostrando con su mirada su curiosidad por develar
aquel misterio.
–Din-Don.
–sonó el timbre del apartamento.
–¿Quién podrá
ser? –dijo Christopher levantándose de su asiento y mirando por el cristal de
su puerta.
Eran dos de
sus estudiantes. Los gemelos Carlos y Juan, dos de sus estudiantes más
sobresalientes siempre en búsqueda de dar lo mejor siempre en sus asignaturas.
Christopher
Salió al barcón a recibirles.
–Profesor,
perdone la molestia. Es que tenemos unas dudas sobre el proyecto que nos asignó
para entregarle mañana. Le pedimos de favor que venga con nosotros a la
biblioteca cerca de aquí para discutir unos aspectos. –dijo Carlos.
–Yo los voy a
matar. –dijo el profesor en tono de broma ante la inoportuna visita–. Bueno,
¿qué puedo hacer? Iré con ustedes a la Biblioteca Central solo por unos
minutos. Espérenme aquí, que volveré enseguida. –dijo volviendo a entrar a su
apartamento.
Los dos estudiantes
aguardaron esperando por el profesor en la escalera de aquel apartamento.
–Bueno,
amigo. Debo salir unos minutos a la biblioteca a ayudar a unos estudiantes.
Pero volveré rápido. –le comentó Christopher a Mathew.
–No te
preocupes, estaré bien. –dijo Mathew reclinándose en un viejo sillón.
–Mi casa es
tu casa. No tengas pena en comer lo que necesites. Volveré pronto. –dijo Christopher
despidiéndose.
Christopher
partió de su casa y se dirigió a la biblioteca muy cerca de aquel lugar.
Pasadas unas
horas Christopher retornó a su hogar. Al llegar a la casa le pareció extraño
ver todas las luces apagadas.
–«Este pobre
hombre se acuesta temprano, debe estar muy cansado». –pensó.
Christopher notó
que todas las cerraduras estaban puestas. Luego que abrió todas las puertas,
fue a las habitaciones y revisó por toda la casa sin encontrar a su inquilino.
–¿A dónde
habrá ido este hombre? –se preguntaba.
Mangual
era el único que merodeaba entre los pasillos de aquella casa.
Christopher
se dirigió a la cocina a buscar comida para alimentar a su mascota. Sobre la
mesa de la cocina pudo ver una nota que le dejó Mathew.
Querido Christopher:
Te agradezco lo que has hecho por mí. No creo que sea justo que te
expongas al peligro de esta manera. Mi presencia en tu casa te puede traer
muchos problemas. Por tu bien, he tomado
la decisión de irme a la casa abandonada donde me escondía anteriormente. Si
algún día deseas darte la vuelta de forma discreta. Bien puedes. Junto a esta
nota te dejo saber la dirección del lugar.
Atentamente,
Mathew
Christopher
tomó la nota y la guardó en uno de sus libros. Él estaba consciente que fue muy
hospitalario y dispuesto a ayudar a aquel hombre. En cambio, aquel viejo amigo
prefería andar en negación viviendo como un nómada y deambulando por la ciudad
como huyendo de algo. Christopher asumió que aquel viejo hombre andaba
desvariando.
Christopher
volvió a concentrarse en sus estudios. Estaba
muy ocupado en aquella semana como para andar haciendo obras sociales.
Pasada dos
semanas Christopher quiso procurar por su amigo. Dejándose llevar por la nota
que el anciano le había dejado dio con una apartada casa que estaba algo lejos
de la ciudad. Estacionó su viejo Volkswagen
frente al portón de aquella casa. En aquel solitario campo aquella casa
parecía sacada de una historia de misterio.
Christopher sintió temor y llamó a su amigo allí parado frente a aquel
portón que estaba cayéndose por lo oxidado y viejo.
–¡Mathew! –se
perdió la voz de Christopher en el silencio.
Christopher
notó que el portón no tenía cadena alguna y se dispuso a entrar. Fue caminando lentamente y observando con
cuidado cada detalle de aquel antiguo lugar.
Podía percibir lo peligroso de aquella casa casi desplomándose.
–¡Mathew! –le
llamó Christopher.
Nadie
respondió.
Luego de
revisar toda la casa no encontró a nadie. Solo vio un viejo y empolvado cofre de
madera completamente sellado que yacía en uno de los cuartos.
–¡Oiga!
–interrumpió aquel silencio la voz de una anciana.
Christopher
saltó del susto. Al voltearse abrió los ojos muy grandes de la impresión. Era una
anciana que vestida de una bata blanca vio cuando Christopher entró a aquel
lugar y movida por la curiosidad fue tras él sin siquiera él notarlo.
–¿Qué busca
usted en este lugar? –preguntó ella con mirada intrigante y una voz que
provocaba misterio.
–Vine a ver a
Mathew. Él me dio esta dirección para que viniera aquí. –dijo Christopher
enseñándole el pedazo de papel donde estaba el croquis de aquella casa.
–Usted debe
ser el profesor. –asumió ella.
–Oh, veo que
él le comentó algo de mí. –dijo Christopher con mirada de sorpresa.
–Él me pidió
que le diera esto. –dijo ella poniendo una llave en la mano de Christopher.
–Pero ¿adónde
fue Mathew? –preguntó Christopher.
–Lamento decirle
que Mathew fue asesinado el día de ayer. –dijo ella con tono muy serio.
–¿Muerto?
–dijo lleno de incredulidad.
–Señor, al
parecer Mathew presentía su muerte. Su cuerpo fue encontrado ayer en el baúl de
un auto abandonado muy cerca de este lugar. Aparentemente fue ayer mismo el
asesinato. Los maleantes incendiaron el vehículo No se tienen sospechosos al
respecto. –dijo la señora con voz triste, pero a la vez cruda.
–Todo esto es
tan extraño. –dijo Christopher apretando la llave en su puño.
–Hace menos
de una semana que él me visitó y me dio esa llave para que se la diera a un
profesor antropólogo. Él estaba seguro de que usted vendría a este lugar. –dijo
la dama.
–De igual
forma me encontré con él en el parque. O no sé si me estaba persiguiendo con el
deseo de decirme algo. Se me hace que hacía tiempo me vigilaba en el parque con
algún propósito.
–Era un hombre
lleno de misterios. –comentó la anciana.
–Y esta llave,
¿de qué es? –preguntó.
–Las últimas
palabras que él me dirigió fueron: «dile al profesor que tome el cofre». Luego
no lo vi más. Él de antemano sabía que usted vendría. A veces decía cosas que parecían
palabras de un enigmático profeta. –dijo
ella.
Christopher
puso una mirada de incógnita. Por un momento guardó silencio caminando por el
pasillo de aquella casa. La dama se alejó sin que él se diera cuenta. Christopher
caminó por todos los cuartos buscando el mencionado cofre.
–Señora, ¿cómo
usted se llama? –preguntó Christopher sin que nadie le contestara.
Christopher
salió apresurado al patio de aquella casa a buscar a la anciana y lo único que
pudo ver fue su celaje que se perdió en la distancia. Lleno de mucho temor tomó
el cofre que encontró en una de las habitaciones y lo puso en el baúl de su
vehículo, luego de arrastrarlo por toda la casa con mucho esfuerzo.
Por el camino
de regreso a su apartamento pasaban por la mente de Christopher muchas interrogantes.
¿Qué pecado terrible habría cometido aquel hombre como para que saliera del
sacerdocio? ¿Cómo pudo pasar de ser un hombre prospero a ser un desventurado?
¿Quiénes fueron estos terribles hombres que le dieron muerte? ¿Cuál era el secreto o el enigma de su vida? ¿Quién
era aquella misteriosa anciana de quien no pudo saber siquiera su nombre?
Al llegar a
su apartamento se disponía a sacar aquel cofre de su vehículo, cuando Heda y su
primo Ricardo quienes venían en bicicleta le vieron a lo lejos.
–¿Qué haces? ¿Coleccionas
antigüedades? –preguntó ella con curiosidad al ver lo maltratado de aquel
cofre.
–Nada de eso,
si me dan una mano con esto, se los voy a agradecer. –dijo Christopher
mostrando cansancio.
–Vamos Ricardo,
ayudemos a Christopher a bajar este cofre del auto. –le pidió Heda a su primo.
El delgado
muchacho hizo mucho esfuerzo por ayudar a Christopher.
–Christopher,
debes llevar cemento allí dentro. ¿Te has vuelto un coleccionista de chatarra?
–dijo Ricardo en tono de broma.
–Si supieran
que no tengo idea que es lo que hay adentro de este cofre. –comentó Christopher.
–¿Cómo? Ahora
sí que me intrigas con tus cosas. ¿De qué se trata? ¿De dónde lo sacaste?
–preguntó Heda llena de curiosidad.
–No me
creerán la historia. –dijo Christopher.
–Ahora sí que
me activaste la curiosidad con tus enigmas. –dijo Heda.
–Heda,
recuerdas la semana pasada cuando estábamos en el parque. –dijo Christopher.
–Sí, ¿eso que
tiene que ver? –preguntó ella.
–Sucede que
luego que tú te fuiste a la iglesia, algo extraño sucedió. Me encontré con un
pordiosero que al parecer me estaba siguiendo. Para mi sorpresa, era alguien
conocido. Se trataba de un sacerdote que cuando yo vivía en Puerto Rico, llegó
a dar conferencias en la universidad. –dijo Christopher.
–¿Un
sacerdote viviendo como mendigo? Oye, una cosa es voto de pobreza y otra cosa
son los extremos. –interrumpió Heda con tono de incredulidad.
–Pero deja
que te cuente. –interrumpió Christopher–. Al verlo en aquellas condiciones me
sorprendí ya que lo conocí cuando la vida le sonreía y ahora verlo en ese
estado de abandono me resultaba incomprensible. Pensaba en la manera como un hombre
puede tenerlo todo y de pronto perder todos sus bienes. Quise ayudarlo. Lo
llevé a mi apartamento para sacarlo de aquel deterioro. Una vez le brindé
comida, y vestimenta y se puso más presentable quise interrogarlo. Sucedió que
en ese mismo momento unos estudiantes me interrumpieron. Tuve que salir a la
biblioteca y al regresar ya él se había ido. Sin embargo, me dejó una nota y su
dirección detallada. Pasados todos estos días me dispuse hoy ir a aquel lugar.
Para mi sorpresa, cuando estaba en aquella vieja casa abandonada, me encontré
con una extraña anciana que me dio la llave para que abriera este cofre. Me dio
temor y me traje el cofre a mi apartamento.
–¿Y el hombre
dónde se encuentra? –preguntó Heda.
–Lo asesinaron.
–dijo Christopher en tono serio.
–Oh, Dios.
–dijo Ricardo lleno de miedo.
–Ya me estas
asustando con tu historia. –comentó Heda muy nerviosa.
–La policía
aún no encuentra a los culpables. –comentó Christopher.
Los tres subieron
el cofre al apartamento. Christopher tomó la llave y lo abrió. La cerradura
estaba oxidada y muy deteriorada. Para sorpresa de todos lo que había dentro
eran unas cartas antiguas y libros religiosos y de historia. Entre los títulos
se dejaban ver unos libros escritos en francés, español e inglés tales como: “Le Vatian Contre la France”, “Genocida in the satellite Croatia”, “The
Vatican against Europe”; “La historia
secreta de los jesuitas”, “Neonazis (La seducción de la svástica)”, “Hitler
ganó la guerra”, “Proofs of a conspiracy against all the religions and
governments of Europe, carried on in the secrets meetings of free masons,
illuminati and reading societies collected from good authorities”; entre otros.
–¿Qué significa
todo esto? –preguntó Heda muy extrañada.
–Creo que
entre estas letras hay algo que él quiere que yo conozca. Tampoco sé porqué
haya querido compartir algún secreto conmigo. –dijo Christopher extrañado.
–Mira, esta
carta parece reciente. –dijo Heda llena de sorpresa.
–Está
dirigida a mí. –dijo Christopher.
–¿A ti?
–preguntó Heda llena de incredulidad.
–Sí, mira.
–le enseñó.
Era una carta
muy extensa. Christopher la tomó en sus
manos y la hojeaba por encima lleno de intriga.
–Christopher,
te vamos a dejar solo con tus enigmas ya que tenemos reunión de los jóvenes de
la iglesia. –dijo Heda despidiéndose.
–Me pueden
visitar en otra ocasión. -dijo Christopher.
–Sí, luego me
dices de qué se trata todas estas cosas. –dijo Heda refiriéndose al material
que había en el viejo cofre.
Christopher
se sentó en su sofá a leer aquella carta en detalle. Parecía ser que Mathew de
antemano conocía lo que el futuro le depararía. ¿Cómo podía aquel hombre
predeterminar su propio futuro? ¿Qué razón tendrían sus enemigos para conspirar
en su contra? Todos aquellos misterios Mathew
pretendió descifrar por medio de aquella extensa carta.
Capítulo 4 Advertencia de una catástrofe
Capítulo 5 La autoridad del dragón
Capítulo 8 Señales y prodigios
Capítulo 10 Monstruos de aluminio
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